Llevo tu
sonrisa, el brillo de tus ojos, tu olor, tu textura, tu temperatura,
tatuados en mi ser/cuerpo/memoria.
Me he dado baños
de barro, de luces, de sombras, de flores, de aromas, de vientos y distancias.
Y al final de
cada día, con mi silencio, sola, en secreto y conmigo, te encuentro
brillando, enmarcando y dando letra a cada gesto y sensación.
A modo de
epígrafe, la impronta que dejaste en mí, resalta, deslumbra, aclara y da
sentido al antes y al después de aquella ceremonia.
Imponentes discursos me han recorrido,
tomado y conquistado, para volverse tan solo letras desarticuladas ante
la elocuencia de aquello que dejó de ser vivencia de un día, para erigirse en
sentido, en el sabor del amor, en la Meca del erotismo.
Caminos
luminosos y alegres, crecimiento, favor y conciencia. Hermanos y hermanas,
hijos y padres, de minutos, de horas y temporadas, encuentros preciosos y
preciados. Luces fuertes y fugaces, luces tenues, pero ciertas, manos de las
cuales tomarse y hombros amigos.
Algunos de los
cuales, hasta te traían de alguna manera. ….pero sin vos.
También túneles
oscuros donde no pude percibir tus líneas, donde la preocupación urgente no
liberaba a mi mente,… no logrando incluso recordarte. Sin embargo, luego
de miles de roces y tejidos, colores y tiempos,… esa impronta, esa marca
original, ese registro de paraíso posible, ha sido y es, el norte silencioso de
mis torpes búsquedas.
No tengo mayores
argumentos, ni motivos, sólo estos. Mi intelectualidad desvalijada, sin
defensas ni pretextos se deja llevar por el inevitable descubrimiento de que
tarde o temprano, a tiempo o como sea, en el futuro del pasado, en el pasado
del futuro, en tu presencia se manifiesta la maravilla. Maravilla que es
nuestro encuentro, que es herencia y punto de partida.
Algo de esto ya
sabían mis células…desde hace siglos y por siglos, andan girando a tu
alrededor.