Hubo un tiempo en el que te pensé antigua,
gris, dura, fría, oscura.
Andaba asfaltos,
ascensores,
calefacciones y distancias plenas de vacío.
Pero un día me
derribó la vida.
y caí en ti.
Temí por tu venganza y mi vergüenza.
Pero te encontré cálida, desprendida.
mullida, ante mis rodillas cansadas.
Mis manos te recorrieron y se hundieron.
Las vi volverse niñas.
Me recibiste sin sorpresa y descansé.
Tendida en tu piel, encontré los sabores de mi memoria,
los perfumes de mis deseos,
las canciones de mis sueños,
los colores que ni siquiera sabía que existían
y el horizonte de tu espalda que no se deja atrapar.
Te supe morena, brillante, dadora de vida.
Desde tu abrazo, vi
al Sol bajando a besarme.
Mientras temblabas con dolor de máquinas.
me pareció verte esconder lágrimas en una cascada.
No sé cómo adorarte, ni cómo nombrar tus cicatrices.
Sólo sé que nombrarte me ayuda a creer
que algo bueno aún puede
suceder.
No dejes de creer, Pachamama.